¿Qué hago para entrar en el cielo? “Dijo Jesús: cumple los mandamientos;
todo lo que tienes dáselo a los pobres…” (Mc 10,17). En el consejo de Jesús, la
vida correcta que conduce al cielo es: “Entren por la puerta estrecha, porque
es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos
los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva
a la Vida, y son pocos los que lo encuentran” (Mt 7,13-14). Y para estar en el
cielo que es gozo, es necesario estar revestido con traje de fiesta:
"Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?" El
otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: "Atenlo
de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar
de dientes". Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos" (Mt
22,12). ¿Qué es ese traje de fiesta? ES LA SANTIDAD.
¿TODOS ESTAMOS LLAMADOS A LA SANTIDAD?
Si o si, todo hombre, toda mujer y todo niño de toda época,
en todo estado de vida, condición, grado de talento y profesión. TÚ ESTÁS
LLAMADO A LA SANTIDAD.
"Sed santos en toda vuestra conducta como dice la
Escritura:
Seréis santos, porque santo soy yo" (1 Pedro 1,15),
¿POR QUÉ? Porque Dios es santo (Lv 11,45).
¡Porque Dios te ama!
Tú eres precioso para Él.
Tú le perteneces a Él.
Él te amó antes de que existiera el tiempo.
Él es tu Padre.
Tú lo necesitas.
ÉL DESEA QUE TU SEAS COMO ÉL: SANTO.
"En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo
Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que
practicáramos"
(Efesios 2,10)
¿CUÁNDO?
¡Ahora! Hoy—en este momento.
SU GRACIA TE BASTA.
"En el tiempo favorable te escuché y en el día de
salvación te ayudé. ¡Mirad!, ahora es el tiempo favorable; ahora el día de
salvación "
(2 Corintios 6,2).
¿DÓNDE PUEDO PRACTICAR LA SANTIDAD?
En el hogar
En el trabajo
En el descanso
En la escuela
en una multitud—solo—en tu familia—
en la prisión—en el ghetto.
TÚ PUEDES SER SANTO EN TODAS PARTES
"Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier
otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios"
(1 Corintios 10,31)
¿ES ESTO POSIBLE?
Sí, Jesús dará frutos en ti si tú cooperas con Su gracia. La
gracia se recibe con el arrepentimiento,
la Confesión, la Comunión, la oración, los sacramentos, la Escritura, las
buenas obras—amor, fe y esperanza.
"Pero Ilevamos este tesoro en vasos de barro para que
aparezca que la extraordinaria grandeza del poder es de Dios y que no viene de
nosotros" (2 Corintios 4,7).
¿ES VERDADERAMENTE PARA MI?
Sí, la santidad es para ti. No es para personas
especialmente elegidas. La santidad es para la gente común y corriente que realizan
con gozo la voluntad de Dios, en fe y en verdad. "El santuario de Dios es
sagrado, y vosotros sois ese santuario" (1 Corintios 3,17).
¿QUE DEBO HACER?
Sé fiel a tu estado de vida—casado, soltero, religioso o
estudiante.
Sé fiel a la Santa Madre Iglesia—a los preceptos, los
sacramentos, los mandamientos, la doctrina, la enseñanza.
Lée la palabra de Dios y otras lecturas espirituales.
Observa las bienaventuranzas—compendio de la santidad.
Ama e interésate. Permite que Jesus resplandezca a través de
ti.
Ora.
"Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de amable, de
puro, todo esto tenedlo en cuenta" (Filipenses 4,8).
¿CUÁLES SON ALGUNAS DE LAS SUGERENCIAS PRÁCTICAS?
1. Mira a Cristo en el momento presente.
2. Cambia toda situación desagradable para bien de to alma.
3. Adáptate al temperamento de to prójimo.
4. Permanece unido a la voluntad de Dios.
5. Elige a Dios por encima de ti.
6. Imita a Jesús.
7. Visita a Jesus frecuentemente en el Santísimo Sacramento.
8. Practica la virtud.
9. Recibe los sacramentos con frecuencia.
10. Trata de estar consciente de Su presencia.
"Que cada uno de nosotros trate de agradar a su prójimo
para el bien, buscando su edificación." (Romanos 15, 2).
¿DÓNDE ESTA MI FORTALEZA?
En la misericordia del Padre
En la Preciosa Sangre de Jesús
En el poder del Espíritu
En la intercesión de María, nuestra Madre
En la protección de los ángeles
En la Eucaristía
En Su cruz
"Que el mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro
Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna
y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y los afiance en toda obra
y palabra buena" (2 Tesalonicenses 2,16).
¿VERÉ LOS RESULTADOS?
Sí, verás más armonía en el hogar
Más paciencia con to prójimo
Más fortaleza para vencer la debilidad
Más compasión con otros
Más misericordia
Más gozo
Paz en medio de la confusión
"El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza" (Gálatas
5,22-24).
¿DONDE ESTÁ LA FUENTE CONSTANTE DE LA SANTIDAD?
en
Su amor—Su gracia—Su Iglesia
Su palabra—Su Espíritu—Su poder
Sus sacramentos—Su presencia
Su cruz—Su resurrección
"Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo
en él" (Juan 6,55).
¿CUÁNTO TIEMPO TOMARÁ ESTO?
De momento a momento—de oración a oración—de día a día.
"No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi
carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo
Jesús. Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavia. Pero una cosa hago.
olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante" (Filipenses
3,12-14).
METAS
Ser como prójimo
Amar a mi prójimo como Jesús lo ama
Ser fiel a Su Iglesia
Proclamar la Buena Nueva
Ser Santo
"Te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves
la salvación hasta el fin de la tierra" (Hechos 13,47).
LA CRISTOLOGIA
FRANCISCANA SE RESUME EN ESTE ENUNCIADO:
“No es que Dios nos ame porque existimos, sino que existimos
porque, desde siempre nos amó Dios y por eso existimos”
UNA CRISTOLOGÍA
FRANCISCANA SIGNIFICATIVA HOY
1.- En el centro Dios.- Sumergidos en una cultura dominada
por un antropocentrismo cultural, político, científico, económico y religioso
estamos a punto de perecer como hombres y como planeta. El hombre occidental no
solo se cree centro del universo, razón y sentido de la evolución sino que se
arroga el ser dueño absoluto de la verdad y el poder determinar autónomamente
el ser y el destino de las cosas. Los ríos humanistas en occidente han creado
un océano de antropocentrismos exacerbados que permean todas las ideologías.
También la reflexión teológica occidental está impregnada
–yo diría viciada- de antropocentrismo. La cristología se ha convertido en pura
soteriología y Cristo –como la iglesia, los sacramentos, y todo lo demás en la
iglesia- parece tener sentido solamente
en cuanto capaz de liberar al hombre de los actos del hombre. Actos del hombre
que, por añadidura, están radical e inexorablemente infectados por la pandemia
del pecado.
Lamentablemente la teología antropocéntrica y hamartiocéntrica
occidental entiende y predica a Cristo a partir del hombre y en función del
pecado del hombre y no a partir del proyecto de Dios revelado por Cristo. Para
la revelación cristiana es Dios quien está en el centro y la misión y el
sentido de Jesús es llevar a cumplimiento el “misterio de Dios”, el plan oculto
desde los siglos eternos en Dios, manifestado por la totalidad de su vida.
No niego la peculiaridad de la especie humana en el planeta
tierra y puedo aceptar que tiene títulos suficientes para pretenderse
“superior” a sus congéneres terráqueos, pero en cuanto humano no es el “ombligo
del mundo”. Algunas precisiones: el hombre es un recién llegado en la
evolución; sus actos tienen una incidencia mínima en el universo infinito en el
cual la madre tierra es una partícula ínfima de polvo galáctico; el proyecto de
Dios se centra en su voluntad creadora, gratuita, libre, amante y no en el hombre
y en los actos del hombre. Dicho de otro modo: el hombre existe porque así lo
ha proyectado Dios, ni la existencia del hombre ni los actos humanos generan el
proyecto de Dios. O también: es la evolución que da lugar al hombre y no el
hombre la causa de la evolución.
No niego el hecho del pecado, pero en cuanto acto humano no
es el eje estructurante de historia. Algunas precisiones: del pecado somos
gratuitamente salvados, sin necesidad de merecimientos ni satisfacciones; el
pecado – no el pecado teórico, sino el mal histórico, existente - no es una
realidad mayor que la del amor - no el amor teórico, sino el amor histórico,
existente; no todo de lo que habitualmente llamamos pecado es formalmente
oposición al plano de Dios; no solo que el hombre no es causa de la evolución,
sino que es absurdo pensar que un acto humano -el pecado- puede frustrar el
proyecto eterno de Dios.
La perspectiva cristológica franciscano escotista es
marcadamente teocéntrica. Para Escoto Cristo es aquél querido por Dios desde
siempre como la creatura capaz de un amor supremo. Los hombres y todos los
seres son queridos por Dios primordialmente como glorificadores y como
condiligentes del sumo Amador, del Amante supremo, Cristo. Para Escoto Dios es
un Centro de Amor y en torno a ese
centro giran, en primer término, las tres personas divinas; luego Cristo, Sumo
Glorificador de la Trinidad; luego ángeles y hombres; y por fin la creación
entera.
Un discípulo de Escoto describía el universo como una pirámide
amorizada. La totalidad de los seres sería como una pirámide ascendente en
cuya base estarían los seres no‑humanos que se ordenan al hombre, más arriba el hombre cuya finalidad es Cristo; en la cúspide estaría Cristo en
quien todo ha sido creado. En ese ápice amoroso lo humano y lo divino culminan
en Dios mismo.
El mismo cristocentrismo de Francisco de Asís, por ser
radicalmente bíblico es profundamente teocéntrico, o, si se quiere,
patrocéntrico. El Jesús de Francisco es el Hombre‑para‑el
Padre. Léanse sus escritos en esta clave y
aparecerá clara esta actitud de Francisco ante el santo, el único, el fuerte,
el grande, el altísimo, el rey omnipotente del cielo y de la tierra, el bien,
todo bien, sumo bien, el amor, la caridad; la sabiduría, la humildad, la
paciencia, la hermosura, la mansedumbre; la seguridad, la quietud, el gozo, la
esperanza, la alegría, la justicia, la templanza, la riqueza a saciedad, la
hermosura, la mansedumbre, el protector, el custodio y defensor; la fortaleza,
el refrigerio, la fe, la caridad, la dulzura, la vida eterna (Alabanzas al Dios
Altísimo). A Dios se ha de tributar toda alabanza, toda gloria, toda gracia,
todo honor, toda bendición. Todo es de Dios y a él hay que restituir todos los
bienes (Alabanza que hay que decir a las Horas).
El canto que Francisco eleva sinfónicamente con las
criaturas comienza proclamando loor y gloria, honor y toda bendición al
Altísimo, omnipotente y buen señor. Porque solo a él, a nadie más que al Dios
Altísimo conviene la gloria y el honor. Más aún: ningún hombre es digno
siquiera de pronunciar el nombre de Dios.
Teocentrismo cristiano, esta es, para mí, la primera pauta
para una cristología franciscana significativa en el hoy. Solamente des-centrando al hombre de sí
mismo, ubicándolo en el proyecto grande
de un universo que no fue hecho por él ni que está en sus manos, podremos tener
esperanza de salvación para un planeta cada más saqueado por la soberbia de un
hombre que se cree monarca y no hijo-hermano.
Solamente si la Iglesia se des-centra de la iglesia logrará
hacerse creíble y útil al hombre de hoy. Cuando los cristianos entendamos que
hay que apostar más por Dios que por el Reino de Dios, que hay que poner la
confianza más en Dios que en sus promesas, comenzaremos a ser capaces de anunciar
una paz verdadera y estable entre los hombres y los pueblos.
Cuando el hombre deje de luchar por perfeccionarse y pase a
buscar la armonía con la creación entera desaparecerán las neurosis, las
depresiones. El hombre dejará de violentarse y maltratar su entorno.
2. Primado del Amor
El universo y el hombre son queridos en razón de Cristo y no
viceversa. Cristo es fuente, término, motivo del existir del universo y del
hombre. Cristo no es un derivado de una exigencia metafísica o lógica, sino que
existe porque Dios quiere que todas las cosas estén centradas en él, y lo
quiere libre, amorosa y gratuitamente, en su propio designio efectivo de
divinización del universo en la historia.
La existencia de Cristo y de todos los beneficios que tal
existencia comporta para el hombre y para el universo, derivan primeramente del
amor libre de Dios y de Cristo, y en Cristo primer querido se difunden hacia
las demás creaturas. La historia de hombre en el cosmos es fruto de la libertad
creadora y gratuita de Dios. Jesucristo es el producto supremo y perfectísimo
de tal amor‑libertad de Dios y por lo tanto centro‑fuente
y término de toda donación divina ulterior.
El amor libérrimo y creador de Dios quiso ser correspondido
por el amor libérrimo de la más perfecta de sus obras ad extra: Cristo es la
respuesta querida por Dios al amor de Dios. El Verbo Encarnado, Jesús, es el
amante perfecto y supremo. El amor es el valor sumo y fundamental tanto de la
actividad de Dios como de la creatura racional. El amor, que es libertad
racional, es la expresión suprema de la relación Dios‑Cristo,
Dios‑Hombre.
Para Francisco de Asís, Jesús está situado en el centro - al
principio y al fin, arriba y abajo, antes y después - de su experiencia
existencial. La cristología de Francisco y de sus hermanos está marcada por la
pasión, es decir, por el apasionamiento. Jesús permea todos los meandros de su
vida. La persona, la doctrina de Cristo nunca quedaron recluidas en la esfera
de lo religioso, de lo sobrenatural, de
lo eclesiástico, de lo sagrado. Jesús invade tanto su espíritu como el
universo.
Las biografías emplean una serie de expresiones que hacen
siempre referencia a un amor ardiente y apasionado: incendio, amor excesivo,
afecto ardiente, arrebato, amor cariñoso, singular reverencia al amado, gozo
inefable, conmoción interior y exterior, sabor de manjares exquisitos, sonidos
armoniosos... arder en amor seráfico, estar devorado por la sed, el incendio incontenible de amor, amigo de
Cristo, incendio del espíritu, inflamado en ardores seráficos, virtud licuefactiva
del fuego.
Francisco fue un apasionado por Jesús y su apasionamiento le
provocaba reflejos condicionados que no podía dominar. Bastaba pronunciar o
escuchar el nombre de Jesús, y apenas pensaba en él... se olvidaba de comer estando sentado a la
mesa. Es más, estando de viaje, cantaba a Jesús o meditaba en El, se olvidaba
de todo y se ponía a invitar a todas las criaturas a loar a Jesús. Porque con
ardoroso amor llevaba y conservaba siempre en su corazón a Jesucristo, y éste
crucificado (1ª Celano Nº 115).
Francisco siente un amor excesivo por Jesús, este amor
rebalsaba hacia todo lo que estuviese con él relacionado, desde la más ínfima
de las creaturas hasta la Biblia y la
Eucaristía: honraba con singular reverencia el nombre del Señor... cuando era recordado en la mente, cuando era
pronunciado, cuando aparecía escrito. Este nombre divino lo encontraba no sólo
en la Biblia sino también en todo papel escrito, primero porque allí había
letras con las cuales se podía formar el nombre de Dios y segundo por podría el
caso de conculcarse el sagrado nombre de Dios que tal vez estuviera allí
escrito. Ese amor exagerado eliminaba las fronteras entre sagrado y profano,
entre naturaleza y gracia.
Toda su persona, mente y afectos, intervenía en la
contemplación de Cristo, especialmente, de su pasión: no puede contener el
llanto; gime lastimeramente, llena de lamentos los caminos, no admite consuelo
(2ª Celano Nº 11).
Fue un apasionado: estaba clavado en cuerpo y alma a la
cruz, juntamente con Cristo y por ello ardía en amor seráfico a Dios y estaba devorado por la sed de hacer el bien a
los hijos de Dios, sus hermanos (Buenaventura, Leyenda Mayor, Cap. 14.1).
El apasionado es lo contrario a un apático. Francisco estuvo
en las antípodas de la mediocridad, de la tibieza. Amó apasionadamente la vida,
la belleza, a toda creatura. Tal fue su incendio de amor que el amigo de Cristo
terminaría su vida totalmente transformado en una clara imagen de Cristo Jesús
crucificado, no por el martirio de la carne, sino por el incendio de su
espíritu.
De la fuente de la misericordia se había derramado sobre el
siervo de Dios la dulzura de la piedad en tan desbordante plenitud, que parecía
llevar entrañas de madre para aliviar las miserias de las personas afligidas
por alguna desgracia. Poseía una clemencia congénita, que se duplicaba mediante
la piedad infundida por el mismo Cristo. Se derretía su corazón a la vista de
los enfermos y de los pobres, y a quienes no podía echarles una mano, les
ofrecía su cordial afecto; y es que cualquier necesidad o deficiencia que viera
en alguna persona, llevado de la dulzura de su piadoso corazón, la refería al
mismo Cristo (Buenaventura Leyenda Menor 3.7)
El apasionamiento por la vida es la segunda pauta
cristológica significativa, hoy: He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y
¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!, dice Jesús en Lc 12:49.
La cristología franciscana tiene que arrancar a la humanidad
de la apatía, de la mediocridad, de la incredulidad en el poder del amor de
Dios. Ese amor derramado sobre el mundo cuando, exaltado y glorificado en la
cruz, llevando a culminación la obra de Dios, Cristo entregó el espíritu (Jn
19:30).
Amor es libertad, es inclusión, es creatividad, es
gratuidad. Se opone a determinismo, fin de la historia, competitivad, mercado,
exclusión. Esa es la respuesta de la cristología franciscana al necesitarismo
darviniano de las leyes del mercado.
La cristología franciscana tiene que ser hoy capaz de
generar amor a toda creatura, amor que hace impensable, la guerra, la
depredación de la naturaleza, la falta de respeto a personas y culturas…
La cristología apasionada tiene que ser capaz de generar
modelos alternativos de convivencia amorosa, tierna, respetuosa entre las
personas, los pueblos y la naturaleza.
3- El Dios de Jesús histórico
La cristología franciscana hoy tiene que recuperar al Jesús
de los evangelios. Francisco de Asís no es un iniciador del movimiento
evangélico en la iglesia. Su movimiento engrosa la gran corriente evangélico
pauperística medieval. En la primera década del siglo XII la regla de Grandmont
nos ofrece la doctrina de salvación del bienaventurado Esteban, que en cuanto
posible, por inspiración de Dios, tanto sus palabras como en su vida ha seguido
el Evangelio de Cristo. Un siglo después la idea fuerza de Esteban resuena
literal en la forma de vida franciscana: ¡No existe otra regla que el Evangelio
de Cristo! (Libro de la doctrina de
Esteban de Muret)
Francisco, evangélico radical, no es un estudioso de la
Biblia sino un rumiante de la palabra. En todos los movimientos pauperísticos
contemporáneos - el movimiento franciscano no fue una excepción - encontramos a
evangélicos radicales que, frecuentemente, terminan marginados o expulsados de
la iglesia, y a otros más moderados que se acomodan al sistema.
San Buenaventura, prototipo de un evangelismo eclesial
moderado, se atreve a afirmar una característica biográfica de Francisco que en
el contexto de las llamadas “herejías” del tiempo suena extremadamente
peligrosa: el siervo del Altísimo no tenía en su vida más maestro que Cristo
(Leyenda Mayor, Cap. 2.1).
Los seguidores de Cristo no necesitan maestros en la vida
del Espíritu, les es suficiente Cristo; no precisan libros para rezar, les
basta el libro de la vida de Cristo que deben leer día y noche. Cuando no
tienen breviarios no deben preocuparse por rezar la liturgia oficial mandada
por la iglesia: en lugar de las horas canónicas, los hermanos repasaban día y
noche con mirada continua el libro de la cruz de Cristo, instruidos con el
ejemplo y la palabra de su Padre, que sin cesar les hablaba de la cruz de
Cristo (Ídem, Cap. 4.3).
Francisco de Asís no tuvo maestros o guías expertos en
mística, teología o derecho canónico, ni jerarquía alguna que le indicase el
camino. Él mismo afirma en el Testamento que nadie le dijo lo que hacer sino
que el Altísimo mismo le reveló que debía vivir según la forma del santo
Evangelio. Para el pobrecito el magisterio emana sólo de Cristo, la iluminación
solamente del Espíritu. Toda la iglesia, desde el último de los fieles al Papa,
son condiscípulos en la misma escuela.
Francisco reitera en varias ocasiones que en su forma de
vida no hay nada que hubiera sido revelación del mismo Señor. Las llagas
impresas en su cuerpo sobrevienen como
la verdadera bula divina que confirma la Regla más allá de toda autoridad
humana: las llagas del Señor Jesús le fueron impresas por el dedo de Dios vivo,
como si fueran una bula del sumo pontífice Cristo para plena confirmación de la
Regla y recomendación de su autor (Ídem Cap. 4.11).
Francisco y los hermanos, habiendo frecuentado la escuela de
Cristo humilde (Ídem Cap. 6.5), tratan de ajustarse solo al evangelio. Y en el
evangelio (por favor, no me hagan citar a Matero capítulo 25), Francisco
descubre que el “pobre sufriente” es la efigie, el icono, el vicario de Cristo
en la tierra:
“Cuando ves a un
pobre, debes pensar en Aquél en cuyo nombre se te acerca, es decir, en Cristo,
que vino a tomar sobre sí nuestra pobreza y nuestras dolencias. La pobreza y la
enfermedad de este hombre son un espejo en el que debemos ver piadosamente la
pobreza y el dolor que nuestro Señor Jesucristo sufrió en su cuerpo para salvar
al género humano” (Leyenda de Perusa, 112).
Lo que constituye al Hombre en Imagen de Cristo es ser
crucificado, débil, insignificante, fracasado, expulsado. La imagen de Dios
revelada en Cristo no la poseen ni los hermosos, ni los ricos, ni los sabios,
ni los místicos ni los teólogos, ni los hacedores de milagros, ni los
convertidores de infieles, ni los gobernantes defensores de la fe y de la
iglesia, ni los eclesiásticos más conspicuos. La única verdadera alegría del
hombre, el solo motivo de gloria consiste en la identificación con el Cristo
sufriente y paciente (Cfr La Admonición Vª).
San Buenaventura describe el itinerario espiritual de
Francisco en clave de crucifixión desnuda junto al crucificado desnudo. Y el
leproso es como el ápice de su identificación con el que, en la cruz, no tenía
apariencia humana. El leproso simboliza todo lo que un hombre puede rechazar en
los esquemas del “mundo”. El sistema le había enseñado a adorar a un Cristo
limpio, sereno, señor del universo. Buenaventura apunta a la identificación del
leproso con Cristo crucificado, que, según la expresión del profeta, apareció
despreciable como un leproso. Es el leproso quien cura definitivamente al
Francisco contagiado por la lepra del sistema. Es el leproso quien le permite
descubrir el verdadero rostro de Dios y el verdadero rostro del hombre.
La tercera pauta para una cristología franciscana
significativa en los tiempos que corren es la vuelta al Jesús histórico.
La tradición franciscana tiene que desideologizar las
creencias de los fieles y así liberar al Cristo de la fe de las construcciones
culturales que lo han hecho tan poco idéntico al Jesús de la historia.
El Jesús histórico es una opción de construir la historia
desde el no poder, el no dinero, tomando como materia prima las debilidades de
los últimos en la sociedad.
La cristología de los franciscanos tiene que partir de los
evangelios, urgiendo a la iglesia, fieles y jerarquía, a una vuelta a las
fuentes genuinas de los hechos y dichos de Jesús.
Para Francisco el Jesús de Nazaret es indiscutiblemente El
Pobre. Esta evidencia le ha causado a la Orden franciscana serios conflictos en
la Iglesia del pasado. La Iglesia del presente parece urgir a los hermanos
menores ser testigos de ese Cristo pobre hijo de madre pobre.
La cristología franciscana tiene que gritar a todos los
hombres de buena voluntad que solamente el encuentro amoroso con los leprosos
excluidos del sistema puede curar al hombre y a la sociedad contemporánea. No
son lo ricos, los sabios, los místicos, los poderosos quienes tienen poder para
salvar al mundo. La salvación viene del Cristo con rostro de leproso.
4. La gratuidad del querer de Dios
El Sí de Dios a los hombres se llama Cristo Jesús y en esta
confesión de fe se ubica el centro mismo del misterio de la historia. El Sí de
Dios es fiel: Yahveh es “el Dios del Amén” (Is 65,15), y Cristo es el Amén, el
Testigo fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios (Ap. 3, 14).
La voluntad de Dios es libre y soberana. El Dios encarnado por libérrima
y gratuita voluntad de Dios está en el centro de la perspectiva divina de la
historia del hombre en el cosmos. No puede ocupar jamás un lugar secundario,
dependiente, ocasionado por una causa segunda.
Toda antropología cristiana se basa en el Si de Dios a los
hombres, sí pronunciado, de una vez para siempre, en la predestinación eterna
de Cristo.
Nos enseña la Sagrada Escritura que no somos nosotros, los
hombres, quienes hemos amado primero; Dios es quien primero nos amó. Dios
planeó y creó el mundo en Jesucristo, su propia imagen increada. Al hacer el
mundo, Dios creó a los hombres para que participáramos en esa comunidad divina
de amor: el Padre con el Hijo Unigénito en el Espíritu Santo.
Este designio divino, que en bien de los hombres y para la
gloria de la inmensidad de su amor, concibió el Padre en su Hijo antes de crear
el mundo (Ef. 1, 9), nos lo ha revelado conforme al proyecto misterioso que Él
tenía de llevar la historia humana a su plenitud, realizando por medio de
Jesucristo la unidad del universo tanto de lo terrestre como de lo celeste
(Documento de Puebla, 182-184).
El Sí de Dios y el proyecto de Dios están a la raíz, son la
causa de todo lo existente, sin excepción. No podemos imaginar que un acto de
alguna creatura pueda condicionar o cambiar el designio fiel de Dios fiel. No
es que Dios nos ame porque existimos, sino que existimos porque, desde siempre,
nos amó. Nuestra bondad no es causa de la benignidad maternal de Dios, sino que
sus entrañas maternas han concebido y parido nuestra santidad.
La carta a los Efesios (1, 3‑14)
nos pone en el epicentro de la vocación final del
hombre. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, según el beneplácito de su
voluntad ha comenzado a decir su Sí definitivo en Cristo antes de la fundación
del mundo. Su Sí. Sin medida, antecede y desborda al tiempo y al espacio. La elección de Cristo es como
la raíz donde se sostienen, subsisten la elección de los hombres. El Sí de
Dios, es un querer puro, un beneplácito o gusto o voluntad de Dios y está en
función de solo Cristo, y se refiere directamente con la recapitulación del universo en Cristo.
El plan de Dios con los elegidos refluye sobre el mismo
Dios, tiene por finalidad última al mismo Dios, y a ningún otro, ni siquiera a
los elegidos mismos. A éstos Di os los predestina a hijos para sí; deben ser un himno a la gloria de Dios,
un himno glorioso al favor o benevolencia de Dios. Dios predestina y elige para
que los elegidos y predestinados lo alaben; como presupuesto a esta finalidad,
la elección es para que sean santos e irreprochables a sus ojos.
Cristo es primogénito de muchos hermanos. Primogénito es el
primer nacido en relación con los que siguen, y tiene, por tanto, entre otras,
una noción temporal de anterioridad.
Los hermanos tenemos el destino de ser conformes con la
imagen, con el icono de su hijo. Cristo es el modelo, el ejemplar, la imagen
que Dios va a reproducir en los fieles, pues a eso los predestina Dios. Cristo es el modelo o
imagen, según la cual van a ser plasmados sus
hermanos. Su primogenitura hace que el Sí de Dios en Cristo no solamente
sea el más importante, sino el primero. Cristo es supera y antecede a sus
hermanos.
En la Carta a los Colosenses, la noción de “principio” –
arjé - se aplica a Cristo de modo radical. Él es el gran bereshit, el gran
génesis, la palingenesía por excelencia. Para que sea el principio de todo, el
primero en todo, también es el primogénito de entre los muertos.
En el Apocalipsis (Ap 1, 5) Cristo es llamado conjuntamente
el primogénito de los muertos y el “príncipe” de los reyes de la tierra.
La primogenitura de entre los muertos es
un preámbulo del triunfo y dominio universal de Cristo. Jesucristo fue el
“primer resucitado”, nadie lo pone en duda. Quiero abrirme a otra perspectiva:
Jesucristo fue también – en el orden de
la intención – el primero que pasó por los brazos, al decir de Francisco de
Asís, de nuestra hermana la muerte corporal.
La muerte fruto del pecado ha sido la muerte violenta, la
efusión de sangre. En la mitología edénica todos, hombres y animales, eran
herbívoros. Nadie mataba a nadie hasta que Caín asesinó a Abel. La lucha por el
poder es la causa del asesinato del inocente. Este el pecado fontal, primero,
original.
La muerte de Jesús revela el verdadero sentido de la muerte
en el designio de Dios. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh
muerte, tu aguijón? (1Cor 15, 55).
La muerte no es un límite, sino la ruptura de toda frontera,
no es el fin de la historia, sino su continuación, no es la negación de Dios
sino su sí definitivo a hombre. Al decir de Francisco de Asís, la muerte es la
hermana que nos lleva de la mano al Padre común, padre de la muerte, padre de
la vida.
La muerte es el último y definitivo Sí de Dios al hombre,
dado desde siempre en la muerte de Cristo, primer predestinado.
La cuarta pauta para el hoy significativo de una cristología
franciscana es la gratuidad de la elección divina.
A Dios no se puede comprar, no hay que hacer nada para
merecer la bienaventuranza. Dios y sus promesas son gratis, regalo libérrimo y
amoroso de Dios desde toda la eternidad. El Cristiano no debe de esta
preocupado por ganarse a Dios mediante las buenas obras, tiene que dejar llenar
de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para gloria y alabanza de
Dios (Fil 1,8). Una vida llena de amor,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí, no son causa sino
fruto del Espíritu (Gal 5,22s). La cristología franciscana tendría que ser una
inundación de gratuidad en la experiencia de la iglesia.
Si se descubre predestinada con Cristo el predestinado la
iglesia escuchará más y hablará menos, aprenderá más y enseñará con más
humildad, se sentirá siempre la elegida y nunca la excluidora. Aprenderá a
recibir, no solo a dar: la circularidad del Espíritu de Cristo entra a oleadas
vivificantes, por todos sus poros, desde un universo cristificado. La Iglesia
de Cristo no es guardiana sino portera que ayuda a entrar y a salir el proyecto
amoroso de Dios en Cristo.
En esta perspectiva cristológica el trabajo del hombre en el
mundo no estará, pues, dirigido a transformar el mundo sino a dejarse
transformar por ese universo donde ha sido puesto por Dios como hermano y
colaborador. La ciencia del hombre no crea, descubre; no impone, comparte; no manipula, abraza; no dirige, se orienta;
no compra, se deja ganar.
Para el adorador del Cristo evangélico la lucha por la vida
no se realiza matando sino muriendo, dejándose abrazar de la hermana muerte,
sola capaz de dar vida. La muerte como vida ofrecida no identifica con el primer
muerto de amor.
5.- El cosmos divinizado
Dios quiere comunicarse de modo tan libre como sublime y ha
determinado libremente introducir en Jesucristo a todas las creaturas en el
seno mismo de la Trinidad. Toda creatura es respuesta al amor en la suprema
obra de Dios que es Cristo, es el primero, el arquetipo y el paradigma de toda
otra comunicación, en todos los órdenes
de la existencia, gracia y naturaleza, animado e inanimado, pasado, presente y
futuro.
Así razona Escoto: Dios se ama a sí mismo. Amándose, Dios se
conoce infinitamente digno de amor. Y quiere comunicar a otros su amor, no por
interés indigno, sino por amor ordenado (amor puro). Así Él quiere ser amado
por otro que lo ame con el máximo amor; se entiende otro que esté fuera de sí,
pero al cual esté perfectamente unido.
Porque el primer existente es el mismo Hijo encarnado. La
primera creatura del Padre es Jesús, el Cristo. En él se resume toda la bondad
de la existencia. Las cosas no sólo son buenas por definición teórica, sino en
cuanto vivientes, dadas, existentes.
Cristo no es el regalo de Dios a los hombres: los hombres, y
el cosmos entero con el hombre, son el maravilloso regalo que el Padre hizo a
su Hijo bienamado. Dios no puede regalar a su Hijo sino cosas excelentes.
Por eso los fieles se reconocen miembros del grupo humano en
que viven, no se aíslan de la vida cultural y social de sus pueblos; y en sus
tradiciones nacionales y religiosas, descubren con gozo y respeto las semillas
de la Palabra que en ellas laten (AG 11).
No sólo es bueno el proyecto o los proyectos de Dios para el
mundo y para el hombre, la realidad en su
existencia concreta es buena, más
aún buena en grado sumo. Las concretizaciones temporales, las realizaciones
concretas del proyecto divino, las cosas realmente existentes, van revelando su
plan a través de sus realizaciones históricas (DV 2) .
En Cristo, del cual son imagen y concreción, la realidad,
las realidades existentes, tal como existen, son “sobrexcelentes”. Todo ser
existente es solamente bien, bien históricamente existente, y sin mezcla de mal
alguno.
Cristo es el Hombre asumido, es la humanidad asumida por el
Hijo de Dos. En Cristo la humanidad es introducida a la participación de la
naturaleza divina, del amor infinito, de la bienaventuranza celeste.
El hombre ha sido creado a imagen de Dios para ser “capaz de
Dios” para que pueda devenir Dios por participación. Ha sido creado a imagen
del Hijo para en él pueda devenir hijo de Dios, hijo en el Hijo, en la unidad
del Cuerpo y de su Persona mística. Dios no se ha hecho hombre porque el hombre
es capaz de Dios, es exactamente al contrario: el proyecto divino de la
encarnación, libre y eterno ha creado al hombre imagen y capaz.
Jesús es hombre-Dios en su realidad histórica, física e individual, es sacramento
en la que cada hombre deviene Dios y partícipe de la naturaleza divina. En el
Cuerpo sacramental de Cristo se realiza la unión de la humanidad y de cada
hombre a la Persona del Hijo. Unidad
sacramental en la cual cada uno se transforma en Cristo y donde todos son un
solo Cristo, sin dejar de ser ellos mismo personalmente en él.
El hombre podría ser definido como el ser de los deseos
infinitos, tanto en el cuerpo como en alma. Trascendiendo los múltiples deseos
de la corporeidad humana, hay en el cuerpo y en el alma humanos aspiraciones
que se abren al infinito, porque la inteligencia y la voluntad son potencias al
infinito que no pueden ser satisfechas sino por la posesión del infinito.
Solamente Dios gozado y poseído en sí mismo en la plenitud
del amor puede satisfacer una inteligencia y una voluntad potenciadas al
infinito. Para entender correctamente al misterio de una creatura que solamente
encuentra en la posesión de Dios mismo la satisfacción de sus deseos naturales
hay que partir de las exigencias de una naturaleza que desde siempre ha sido
predestinada en Cristo a participar de la vida divina.
Dios ha parido la tierra y el orbe (Salm 90:2), el mar
sale del útero de Dios que pone las
nubes por pañales la tierra. Dios es “madre" de la lluvia, “engendró"
las gotas de rocío, de su “vientre" salió la nieve y él engendró la
escarcha (Job 38:8-9 ;38-40). Esa actividad materna de Dios que alcanza “cielo
y tierra", y “lo visible y lo invisible”, fórmulas que subrayan la
totalidad de lo existente, se ha realizado en Cristo primogénito de toda
criatura o de toda la creación.
La creación entera, sin excluir nada, fue radicada, apoyada
en Cristo; tuvo en Cristo su base, su punto de apoyo, su sostén, su fundamento;
el universo fue fundado en él como en sus cimientos. Cristo es base o
fundamento de la creación en el sentido en que es la cabeza de todas las cosas
(Ef. 1, 22; Cf. 1Cor. 11, 3); y a todas las cosas fueron creadas en él, en el
sentido en que Dios se había propuesto
En correspondencia con la creación “en" Cristo, está la
existencia actual de esa creación en Cristo: todas las cosas subsisten en él.
El universo tiene su consistencia o cohesión en Cristo en el momento actual,
como cuando fue creado. Vale tanto como afirmar que la razón de la consistencia
y cohesión del universo ha sido siempre y es Cristo.
Por fin, propongo una quinta pauta para una cristología
franciscana que quiera tener sentido hoy.
La propuesta cristológica franciscana supera el estrecho
margen de la iglesia, de la humanidad y del planeta tierra. Contempla adorante
el cosmos divinizado por el proyecto predestinante del universo en Cristo.
Cristo, el amante perfecto, incluye a todos los
con-diligentes en su acto de amor sin
fronteras. La galaxia más lejana y la bacteria más cercana sirven, conocen y
obedecen, a su modo, a su Creador mejor que el mismo hombre, como dice Francisco en la Admonición
Vª.
Esta la quinta pauta para una cristología franciscana
relevante en el mundo de hoy.
La divinización del universo de la cosmovisión franciscana
es la base evidente del diálogo interreligioso que lanza el Concilio Vaticano
IIº y que audazmente propone Juan Pablo IIº. Diálogo que el papa realiza en
Asís, la ciudad del apasionado por Cristo. Desde la cosmovisión cristificada
del franciscanismo resulta ridículo poner fronteras fijas e infranqueables a la
moralidad, la verdad o a la santidad. Las semillas del Verbo (semina Verbi) no
han sido plantadas sola y únicamente el huerto cerrado y exclusivo de alguna de
las iglesias cristianas. Los espermas del Verbo (logos spermatikós) han
fecundado todos y cada uno de los seres de este universo que por eso es
impronta de Dios.
Esta visión divinizada del mundo del hombre es el fundamento
de la llamada inculturación, del diálogo entre culturas como diálogo entre
iguales, del respeto a los derechos humanos, del derecho de las minorías,
de la dignidad inalienable de cada una
de las creaturas de la tierra.
Solamente desde esta visión de Cristo ponemos comprender la
declaración de los obispos en el Documento de Puebla número 317: todo hombre y
toda mujer por más insignificantes que parezcan, tienen en sí una nobleza
inviolable que ellos mismos y los demás deben respetar y hacer respetar sin
condiciones; que toda vida humana merece por sí misma, en cualquier
circunstancia, su dignificación...
Esta concepción de la cristología abre el horizonte de la
liturgia, porque para el cristianismo no hay espacio “sacral”, un lugar
privilegiado donde, y exclusivamente en él, nos encontremos con Dios, porque el
hombre es santuario de Dios vivo (2Cor 6,16). El cristianismo no conoce
“templos” o sea lugares sagrados, sino “iglesias”, lugares de reunión de la
asamblea de los creyentes que forman el templo espiritual donde se manifiesta
el Espíritu de Dios.
También se razonan de otro modo las discusiones en torno al
ministerio en la iglesia. No hay personas especialmente sagradas en el
cristianismo. El conjunto de los creyentes son un pueblo sagrado, un sacerdocio
que proclama las maravillas de Dios en la historia (1 Pe 2,9). Los ministros
cristianos son simples “administradores de los misterios de Dios” (1Cor 4,1).
Son sacerdotes todos los creyentes bautizados en Cristo (Ap 6,9-10; cf. 1,6), y
muy especialmente a los que dan testimonio de su fe hasta la muerte (Ap
20.4-6). La santidad, la sacralizad, el sacerdocio, no es exclusividad de
ninguna persona, es derecho y deber de todos (1 Pe 1,15-16; 2,9). En el pueblo
de Dios no puede existir una especie de casta “sacral”, separada del pueblo
“profano”, y dedicada a acciones “sacrales”, en un lugar “sacral” y en un
tiempo “sacral”, y gozando de todos los privilegios de lo sagrado.
Por último en el proyecto divinizador de la economía
encarnatoria encontramos la clave de la concepción ecológica franciscana, que
suma su voz al coro entonado por todas las creaturas hermanas.